viernes, 30 de marzo de 2018

El refugio

Huele a mar. Y a lluvia, y a tierra mojada. Apoyo el fusil en un árbol y me quito las botas. Duele. Llevo días sin quitármelas y tengo los pies húmedos y ateridos. Flexiono varias veces los dedos para que la sangre vuelva a circular, y camino por la hierba hasta el borde del acantilado. Me gusta esta sensación. Pisar la tierra mojada, la hierba humedecida por la lluvia o el rocío... Hace años que no la sentía; desde que venía a este lugar, en verano, de pequeño, antes de que llegaran las Máquinas.




Me apoyo en la cerca de hormigón y miro al infinito. El cielo sigue negro y todavía llovizna. En el horizonte las nubes parecen abrirse y el Sol está a punto de hundirse en el mar. A mis pies, la roca desnuda de la montaña baja hasta la playa de color fuego a esta hora del día. Vacía, virgen, como si el mundo no se hubiera ido a tomar por culo. Cierro los ojos y solo siento, escucho. El aire empapado en humedad y sal, el bramido profundo del mar, el rugido cíclico de las olas en la orilla, el graznido de las gaviotas, a mi espalda el susurro de las hojas y las ramas agitadas por el viento… Me gusta este clima, algo desapacible, cuando no hace frío pero refresca y los pelos del brazo se encrespan. Cuando no llueve pero se siente la humedad. Cuando el viento no arrecia pero se deja notar… me transmite vida, energía, la fuerza de la Naturaleza cuando estas cosas todavía tenían importancia.

Me doy la vuelta y camino hasta la casa. Todas las puertas y ventanas están cerradas, con las contraventanas de madera bloqueadas y aseguradas, y el tejado de doble hoja cubierto de musgo en las tejas que aún quedan. Puedo recordarla… imaginarla abierta, luminosa, llena de vida, impregnada con los sonidos del hogar y de la vida cotidiana. Escucho el repicar de ollas en la cocina, dentro de poco el olor del guiso lo inundará todo. Escucho los ladridos alegres del perro... y aparece, lo veo, perseguido por los niños, tentándoles y provocándoles; y ahora es él el que persigue a los niños, jugando, que gritan y corren por el jardín entrando y saliendo de la casa. Uno de esos niños soy yo, y cuando miro hacia mí, el recuerdo, el sueño... desaparece.

La casa vuelve a estar vacía y abandonada. El Sol ya se ha hundido en el mar. Un chirrido y un rechinar metálico se escucha por encima del viento y el mar. Las Máquinas no están lejos. Me buscarán. Y con el tiempo me encontrarán, pero no quiero que me encuentren aquí. Quiero mantener este rincón como mi lugar, mi refugio seguro, al menos en mi memoria. Me pongo las botas, recojo el fusil, y me encamino de nuevo a las montañas.

...

Nota: De un ejercicio en un taller. La premisa era describir algún lugar que consideremos un "refugio", utilizando para su descripción al menos tres sentidos.

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